Los terremotos son uno de los fenómenos geológicos más devastadores que existen y, lo peor de todo, es que no pueden preverse. Es por esto que en la mayoría de ocasiones, y al ser de alta intensidad sísmica, provocan numerosos daños materiales e incluso personales en el territorio donde se producen. Se trata de un movimiento tectónico, de las placas que forman la corteza terrestre
Asimismo, donde se origina, en un terremoto se distinguen dos puntos: el hipocentro y el epicentro. El primero es el punto del interior de la corteza terrestre donde tiene origen el movimiento sísmico y puede ser superficial (si ocurre a menos de 70 km de profundidad), intermedio (entre 70 y 300 km de profundidad) y profundo (a una profundidad de más de 300 km). Mientras que el epicentro es el punto de la superficie de la Tierra donde el terremoto es más intenso (perpendicular al hipocentro).
En el hipocentro, la ondas se dispersan hacia todas direcciones: las primeras que llegan (y las que antes detectan los sismógrafos) son las ondas longitudinales, primarias o P, seguidas de las ondas transversales, secundarias o S. La diferencia entre ellas está en la velocidad de propagación y en la posibilidad de atravesar superficies líquidas, como el núcleo externo, siendo las primarias las que se propagan a menor velocidad. Tambien están las ondas superficiales o L, resultan de interacción de las ondas P y S, que son las más destructivas, las más lentas y las que causan los daños.
La escala de Ritcher -que también es conocida como escala de magnitud local (ML)- es la que se utiliza actualmente y se trata de una escala logarítmica arbitraria que asigna un número para cuantificar la energía liberada en un terremoto. Esta escala está comprendida entre el grado 1,5 hasta el grado 12, aunque hasta que no llega al grado 2 no se suele hablar de terremotos. Asimismo, al ser logarítmica, una magnitud 4 no es el doble de 2, sino que 100 veces mayor
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